Descendí por las escaleras del metro como un saltamontes. Iba tan descontrolada que no me fijé en ella. A las ocho de la
mañana, camino del trabajo, entre el sueño y las prisas, cualquier estación del
suburbano madrileño se convierte en un maremágnum
de cuerpos que deambulan como autómatas por los andenes. Tropecé y caí de
bruces sobre una sábana. Pulseras, collares, abanicos, gafas y demás
abalorios salieron despedidos a lo largo del pasillo. El golpe me dejó tan
aturdida que no podía ni levantarme. Me miró con gesto de horror y vino hacia
mí, mientras bramaba a voz en grito unas palabras ininteligibles. Me asusté al verle tan
irritado. Se acercó, me levantó con sumo cuidado y cuando comprobó que mi
estado de salud no había sufrido daños, con paciencia y serenidad, se puso a
colocar de nuevo su sustento encima de la sábana.
3 comentarios:
Parece muy real ... Besetes.
Parece tan real que tengo que preguntarte...¿Te pasó? Si es así espero que estés bien. Bonito gesto por parte del vendedor. Aún hay humanidad en este mundo.
Besotes!!!
No, por suerte es todo ficción. Pero podría haber ocurrido. El metro de Madrid, en horas punta, da pie para miles de historias. Besitos a las dos.
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